El ejercicio es una invitación a recorrer la ciudad desde una perspectiva paralela. Se puede tomar la vía de la visión aérea, de conjunto, si se prefiere intentar el juego formal del reagrupamiento, o se puede tomar la vía, más prosaico, del recorrido si se quiere ensayar la puesta en relación de caminos que se entrelazan, amplificando el relato, pero obteniendo solo la visión de segmento. En cualquiera de los dos caminos, las imágenes que conforman la ciudad son pasadas por diversos filtros, variaciones de escala, distorsiones en las proporciones, encuentro de materiales y recursos de la representación, que más que hablar de la belleza y ornato de los elementos urbanos, nos muestran el funcionamiento de un mecanismo de imaginar espacios que incesantemente proyecta espacios, entre la paradoja y la vigilia de formas y estilos.
El ejercicio propuesto, dibujar la ciudad, recorrer la urbe como modelo, plantea un particular concepto de dibujo que copia, calca, refleja, trasluce, traza, truca, cae y vuelve a rayar, sobre un desfile de papelillos. Y en cualquier momento el dibujo se disfraza de estructura, cerramiento, detalle o, incluso, de capricho; el dibujo está aquí y allá, aparece y desaparece, el dibujo es encantología que se disuelve en escombro, que a su vez, mediante este mismo procedimiento, se materializa en espectro. La piedra y el papel construyen sueños que en la vida diurna se representan como fachadas vacías interceptadas por la sinuosidad de telares verdes que ondean como banderas de un territorio que nos invita y nos repela.
Más allá de las versiones e incertidumbres sobre el patrimonio, la reflexión que aquí se da paso es hacia la nostalgia sin remordimientos.










